Los síntomas  y curas del llamado mal de ojo o aojamiento merecen un capítulo aparte ya que es importante desterrar muchos de los mitos y mentiras relacionadas con este tema; algunos, generados por una excesiva credulidad y otros, producto del exceptismo.

En zonas rurales de muchos países, anualmente mueren varios niños a causa de lesiones causadas por supuestos sanadores de mal de ojo. Según una investigación llevada a cabo por el periódico El diario de hoy, de El Salvador, en los dos primeros meses del año 2003, sólo en ese país su número ascendía a seis decesos, cuando en el año 2002 se habían registrado, por esta causa, 17 fallecimientos de menores.

La razón de estas muertes se debe, sobre todo, a que los padre de los niños menores de dos años suelen adjudicar cualquier síntoma de enfermedad al mal de ojo y, en lugar de llevar a sus pequeños al médico, consultan a un sobador que, manipulando el cuerpo del bebé, le produce lesiones que a veces resultan fatales.

En muchos lugares se cree que una persona con mirarla fuerte puede provocar, sobre todo en los menores, dolores de estómago, diarreas y vómitos (síntomas típicos de trastornos gastrointestinales a los que son tan vulnerados los niños); en tanto que en otras comarcas, sostienen que los síntomas típicos de aojamiento son fuertes dolores de cabeza.

Independientemente de que se trate o no de mal de ojo, ante cualquier síntoma de enfermedad, sobre todo si se trata de un bebé, lo hay que hacer es llevarlo a un médico y en lo que respecta a otro tipo de curas, que bien pueden seguirse para acelerar la sanación, lo que no se debe hacer es permitir que nadie manipule al pequeño. Es la misma madre, en todo caso, quien ante los dolores de estómago o las diarreas del niño puede masajear suavemente s espalda, en el centro y a la altura de los riñones, para hacer que los intestinos y el estómago se normalicen al tiempo que recita cualquier de la jaculatorias tradicionales para la cura del mal de ojo; por ejemplo:

"Con un ojo te han mirado, con dos ojos te han ojeado, con tres ojos te han curado"

Que es el mal de ojo

Como se ha explicado en numerosas ocasiones, el ser humano registra muchas más cosas de las que llegan a su conciencia. A través de los cinco sentidos nos llega información sumamente rica y variada de la que ni siquiera nos damos cuenta: los leves cambios de temperatura, el sonido de la calle, un olor, lo que los ojos captan gracias a la visión periférica, etc... pero sólo somos conscientes de aquello que está en el foco de la conciencia.

El mal de ojo se ha relacionado casi siempre con la envidia, con el deseo irresistible de tener lo que el otro tiene o, más exacto aún, de ser como el otro es. La persona envidiosa sufre por los éxitos ajenos y lo terriblemente doloroso para quien sufre este mal es que la envidia no siempre va acompañada por un sentimiento de odio, sino, a menudo, por el de admiración.

Cuando una buena persona es envidiada por otro (que es lo que por lo general ocurre) lo primero que experimenta es desconcierto y, en cierta medida, culpa. El hecho de saber que su forma de ser o de actuar provoca dolor en un amigo, en un hermano, no es en absoluto agradable. Si una chica comprueba que su hermana le tiene envidia, sufre por ella y se siente mal consigo misma. Al respecto, cabe decir  que nunca se envidia a la persona desconocida, a la que está lejos; saber que un desconocido que sale por televisión ha ganado la lotería, no provoca la envidia de nadie. Pero si el vecino gana un televisor en la verbena del pueblo, eso sí despertará la envidia de quienes tiene alrededor, porque siempre se envidia al que está cerca, al que podría ser como uno pero es un poco mejor o parece tener más suerte.

Muchas personas, cuando de forma consciente o inconsciente perciben que provocan la envidia de otro, se infligen un castigo a sí mismas enfermando, padeciendo dolores de cabeza  o malestares en todo el cuerpo.

Considerando que está en nosotros la capacidad de alterar las funciones de nuestro organismo, es lógico deducir que también esta en nosotros la capacidad de curarlo, aunque la forma más conveniente de hacerlo sea a través de la ejecución de ciertos ritos que, manejando el lenguaje simbólico del inconsciente, hacen que nuestra mente regularice todas las funciones fisiológicas.

 

 

Volver