Antigua receta para la belleza del espíritu…
Las tradiciones más antiguas afirman que para tener el
espíritu realmente bello es preciso tener limpio el corazón y despejada la
mirada, ya que sólo así se tiene la capacidad de irradiar belleza allí por donde
uno pasa. Con independencia de todo ello, podemos recurrir a una antigua receta
del embellecimiento del
espíritu, pues este método será muy útil
para descargar cualquier posible negatividad, aunque
sólo esté rondando nuestra existencia. Como es lógico, cabe matizar que por
mucho que pongamos en práctica esta receta, si nuestros actos no son puros ni
correctos, la magia de poco va a servirnos. Por todo lo cual, una vez más
analizaremos la “conciencia”
Requisitos…
-
Nos
proveeremos de un litro de agua lo más pura posible, si es de manantial mucho
mejor.
-
Tantas conchas marinas blancas (el
tamaño no importa) como años tengamos multiplicado por dos,
de esta forma si tenemos 35 años, precisaremos por poner un ejemplo, las
conchas de la misma cantidad de almejas, ya que al abrirlas por la mitad, cada
concha se dividirá en dos unidades y obtendremos 70.
-
Un puñado de hojas de naranjo que estén todavía verdes y la cáscara de dos
naranjas verdes; si éstas pueden ser pequeñas mucho mejor.
Procedimiento…
1.
En un recipiente adecuado verteremos el agua, a continuación las hojas de
naranja, después las conchas y finalmente la piel de naranja.
2.
Tomaremos el recipiente con las manos y, en estado de relajación y
concentración, invocaremos en voz alta:
“Espíritus protectores del agua, del mar y de la tierra, vengo a vosotros en
petición de ayuda y protección. Os pido que vuestro poder caiga sobre este
recipiente con el que lavaré mi cuerpo para purificar mi alma”
3.
Tras repetir tres veces la invocación, dejaremos el cuenco en estado de reposo
por espacio de un día, cubriéndolo antes con un trapo o tela que no sea de color
negro.
4.
Pasado el día de reposo y en actitud receptiva, procederemos, sin eliminar
ningún ingrediente del recipiente, a lavarnos la cara y las muñecas. Para ello
podemos ayudarnos de un algodón que empaparemos en el líquido. Cada vez que nos
lavemos, es decir que pasemos el algodón por nuestra piel, sentiremos que
estamos recibiendo el bien. Notaremos también que estamos purificando nuestro
cuerpo y con ello nuestro espíritu.
NOTA:
Podemos repetir la operación de limpieza mientras tengamos agua, tantas veces
como queramos; resulta, pues, muy purificador interna y externamente.